Como muchos ya sabéis, mis post están casi siempre basados en mi propia experiencia y/o de personas cercanas. Hoy, quiero compartir mis 3 meses sin gluten, leche y sus derivados (queso, yogur, kéfir, etc.) y cómo llegue a ellos.
En abril 2015, un paciente bien intencionado, me mandó un enlace de YouTube. El conferenciante era un tal Carlos Pérez quién defendía con entusiasmo los beneficios de la dieta paleo. Su forma sencilla y amena de explicar la fisiología digestiva hizo que le escuchara hasta el final. Empecé a investigar un poco más y vi que no era el único autor que preconizaba dejar de ingerir definitivamente el azúcar en todas sus formas, los cereales y la leche. Para comprobar dicha teoría evolutiva, según la cual nuestro sistema digestivo no ha tenido tiempo de adaptarse tan rápidamente (todo el neolítico) para poder procesar y utilizar eficientemente los alimentos como los cereales, legumbres, leche y azúcar que hasta ahora eran la base de nuestra pirámide nutricional, decidí probar la famosa dieta paleo. Y hice el cambio radicalmente. Mi motivación se vio reforzada cuando al cabo de una semana, no sólo no había pasado hambre ni ganas de comer fuera de las 3 comidas recomendadas, los dolores de cabeza por abstinencia habían desaparecido, estaba más activa y dormía mejor, sino que había bajado 1 kg sin forzar. Seguí un poco más pero pronto los compromisos de fin de semana hicieron estragos en mis buenas resoluciones. Engordé los 3 kg que había perdidos en 3 semanas y no noté ningún malestar. Un mes antes de irme de vacaciones con mi familia, retomé la dieta y constaté los mismos resultados. Esta vez, a los 3 días de disfrutar de los manjares franceses que más me gustan (croissants, queso, pan etc.) mi cuerpo reaccionó de golpe hinchándose. Y así hice varias experiencias sin querer rendirme a la evidencia: cada vez que volvía al gluten, las reacciones de mi cuerpo eran más espectaculares y exageradas.
En enero 2016, padeciendo de una ciática y una tendinitis en el hombro que no redimían (más de 4 semanas en fase aguda), volví a leer a David Perlmutter y sus 2 libros sobre nutrición y salud: Cerebro de pan; Alimenta tu cerebro. Aunque no estoy siguiendo todos sus sabios consejos, y soy partidaria sólo de algunos aspectos de la dieta paleo (desde mi humilde punto de vista demasiado estricta con los hidratos de carbono como el arroz y los tubérculos y un tanto sectaria) después de su lectura, tomé la decisión de no volver a ingerir alimentos que contienen azúcar, gluten, maíz, leche y soja. Al cabo de una semana, los esfuerzos de mi terapeuta manual, por fin se vieron recompensados. Empecé a sentir que los múltiples puntos de inflamación en mi cuerpo bajaban de intensidad. Al mes, la ciática había desaparecido por completo.
Llevo ya más de 3 meses. Y los resultados en mí son muy espectaculares. Ahora mismo no recuerdo la tendinitis en mi hombro derecho. Mis articulaciones han dejado de dolerme a diario. No he vuelto a padecer las pequeñas cefaleas premenstruales. Mis intestinos están completamente regulados. Mis músculos responden al entrenamiento de refuerzo que realizo. Estoy más activa, más ágil, más flexible y no me canso. Pero lo que más me impresiona es que he recuperado mi vitalidad y alegría de vivir. Me rio más que nunca. Me como la vida a bocados.
Quizás sea una de estos 90% de la población intolerante al gluten o quizás no. ¿Qué más da? No me he hecho las pruebas. Cada día que paso sin gluten y otros “venenos” agroalimentarios estoy mejor físicamente. ¿Será por la alimentación, será por todos estos años dedicados a mi bienestar mental? ¿Ambos parámetros? ¿Quién sabe? Pero sí sé que me alegro haber escuchado mi intuición al principio de año. Y si te preguntas qué como: todo lo demás y es mucho.